Tuesday, July 29, 2008

LA AVENTURA

Yo no había estado en la gestación del plan. Joaquín, Piwy y Luis María habían descubierto el día anterior un edificio abandonado en el que colarnos. La aventura ideal para un grupo de mocosos de catorce años. Creo que Luis Caracena también estaba por allí pero se rajó a última hora. El punto de partida fue el chalet de Joaquín, que por cierto merece un capítulo aparte. Me parece que nos llevamos una barra metálica, ignoro con que propósito. Y así, como un grupo de expedicionarios que se dirigen al polo norte, nos encaminamos hacia nuestro destino. El edificio se encontraba en la carretera del puerto y era un antiguo complejo de oficinas de astilleros. Algunas de las ventanas estaban tapiadas. La entrada principal, amplia como la de un cine o una sala de teatro, estaba clausurada con una reja. Por suerte nuestros cuerpos aún eran púberes y pudimos introducirnos entre los huecos. En el interior un amplio vestíbulo daba paso a unas enormes escaleras que se bifurcaban a izquierda y derecha. La luz de primera hora de la tarde entraba por las ventanas. Había en al aíre partículas de polvo en suspensión. A lo lejos, pero dentro de la casa, se oía el ladrido de un perro. Durante un rato nos acojonamos, pensando que el perro iba atacarnos, hasta que comprobamos que estaba encerrado en una habitación. Mi memoria me hace pensar que en un principio dejamos de lado este sector, puede que sencillamente se me haya desordenado la secuencia de los hechos. De alguna forma accedimos a un patio que daba paso a una fábrica anexa, igualmente abandonada. Recuerdo que, en una inmensa explanada, había montones de una extraña sustancia blanca que recogimos en un tarro. Entramos en una nave en la que había taquillas abandonadas, con recortes amarillentos de revistas pornográficas, que por supuesto requisamos con gran ansiedad. Esos recortes, que puedo rememorar con claridad, fueron fuente de inspiración de mis primeras experiencias onanistas. Eran de revistas ochenteras. El ambiente era industrial y de una irrealidad deliciosa.

Pero lo realmente interesante vino en el edificio. A la izquierda había una habitación enmoquetada en verde, con paredes de madera y una chimenea. Parecía muy elegante y probablemente fuera el despacho de algún directivo en sus tiempos, pero esta es una conclusión a la que llego ahora. Había grandes volúmenes con los que pensamos hacer una hoguera, pero no llegamos a hacerlo. Creo que Piwy encontró un plumero y tuvo la genial idea de prenderle fuego, lo que provocó una espesa humareda. El perro ladraba con más insistencia. Poco a poco nos íbamos sintiendo relajados, como niños en un parque de atracciones. Sentíamos una excitación enorme; teníamos para nosotros un edificio entero en el que jugar, claro que en ese momento el juego estaba directamente relacionado con la destrucción. Subimos a la planta de arriba. Una sala que había sido oficina, con mesas y archivadores metálicos, se presentaba ante nosotros. Joaquín encontró un mono de astilleros y se lo puso. Tiramos armarios y carpetas por las ventanas. Puede que rompiéramos algún cristal, con su correspondiente estruendo. Estábamos borrachos de destrucción, totalmente idos. Cuando nos cansamos de romper cosas y de investigar, bajamos las escaleras, dispuestos a marcharnos. Miramos entre las rejas y vimos que había un par de policías enfrente del edificio, que lógicamente no había podido acceder por donde nosotros si habíamos podido. Las alarmas se activaron en nuestro interior. La policía nos estaba siguiendo. Nos dimos la vuelta, buscando por donde escapar. Nos metimos en el despacho elegante y saltamos por una ventana que tenía cierta altura. La situación se había convertido en una película, nuestra particular versión de “Cuenta conmigo”. Nunca he sentido tanta adrenalina. Dimos a un patio, subimos por unas cajas y saltamos el muro que daba a la carretera del puerto. Por un momento nos creímos a salvo. Andamos un rato, fatigados por la carrera. Entonces alguien vio como una furgoneta de policía hacía un derrape y se dirigía hacia nosotros. Vuelve el pánico. Entonces nos subdividimos, sin ninguna premeditación, claro. Piwy y Luis María continuaron por la acera, seguramente acelerando el paso. Joaquín y yo optamos por escalar el muro que daba a la vía del tren. El muro era altísimo y en otras circunstancias nunca lo hubiéramos subido. Fue el miedo y la adrenalina la que nos hizo trepar como lagartijas. Al llegar al otro lado, la propietaria de una casa junto a la vía nos echó la bronca, pero eso no era nada comparado con la policía. Desde ese momento Joaquín y yo establecimos una conexión especial. Caminamos junto a la vía como dos fugitivos -que lo éramos- y llegamos hasta la estación. Allí, probablemente influenciados por la cantidad de películas que habíamos visto, nos metimos en los cuartos de baño, nos refrescamos y nos lavamos un poco, tal vez para que la suciedad no nos delatara. Luego volvimos andando por la Avenida y nos metimos en una cafetería como dos prófugos que entran en una destartalada cafetería del desierto, sólo que nosotros pedimos un vaso de agua en lugar de un bourbon. No se si vagamos durante un rato hasta que fuimos a casa de Piwy, que ya estaba allí. Nos contó que efectivamente los habían pillado a los dos, que algún vecino había llamado a la policía alarmado por los ruidos, que les habían pedido los nombres y los habían registrado, encontrando los recortes porno, lo cual provocó gran hilaridad entre los agentes. También admiraron nuestra capacidad para trepar muros, lo cual nos llenó de satisfacción. Creo que al preguntarles nuestros nombres se los dieron algo modificados. Durante varios días algo se movía en mi interior cada vez que me cruzaba con un coche de policía.

4 comments:

Hastur said...

Jajajajaja, recuerdo que me contaste esa experiencia, aunque sin tanto detalle y con mucho menos arte. Como te dije ayer por telefono, eres un peliculero!!! Ciertamente, es un episodio teenager digno de recuerdo, aunque teniais una vena destructiva que no era demasiado...., ¿como decirlo?, de pelicula (Tarantino todavia no era famoso). Recuerdo a Piwy destrozando con un hacha en nuestro salón un radiocassete...

Soulkeep said...

Gracias por tu fidelidad lectora en mi blog, querido hermano...

Hastur said...

Pa eso (y pa mucho mas) estamos....

JuaKi said...

Jajajaja!! Me has devuelto al coco una de nuestras grandes pequeñas aventuras.

El "plumero" de Piwi era un mocho de fregona, que junto a la barra de hierro se transformó en antorcha efímera que usamos para explorar la planta baja y si que dijeron, cagados de miedo, nuestros nombres a la poli (estuve esperándolos una semana). Yo juraría que teníamos trece, al menos Piwi que siempre fue el más chico, pero mi memoria no da para mucho (el despacho enmoquetado, el mono de Astilleros... ¡No los recordaba hasta que te leí!).

Algún otro detalle: No se si yo, o tú, o todos, jugamos a meternos en un enorrme cajón archivador como si de Mortadelo echando la siesta se tratara.

Natural Born Criminals