Sunday, June 01, 2008

ESTACIÓN

Al sentarme en el banco verde metálico de la estación, mi atención se posó inmediatamente sobre una mujer anciana que estaba a mi lado. Tenía el pelo canoso y corto y unas gafas que engrandecían considerablemente sus ojos. Estaba hierática como una estatua y agarraba una de sus bolsas con fuerza, con la mirada anclada en un punto más allá de la estación. Era una mirada reflexiva y parecía repasar con calma todo lo que había sido su vida. Una de esas miradas que no miran nada pero que lo ven todo. Sentado a su lado y escribiendo sobre ella, yo tenía la impresión de estar haciéndole una foto, lanzándole cortas miradas disimuladas. Soltó su bolsa para consultar momentáneamente el reloj, sabedora tal vez de que se le acababa el tiempo, pero con una serenidad que distaba mucho de la habitual preocupación, tal vez con la conciencia tranquila de quien ha asumido lo inevitable, se ha librado de angustias inútiles y ha dejado de luchar en vano. Al poco llegó otra anciana con una peluca azulada indisimulable y se sentó muy pegada a ella. Se intercambiaron susurros y ambas quedaron mirando el mismo punto fijo que había hipnotizado a la primera. Cuando cogí mi autobús, la mujer de las gafas y el pelo canoso seguía en la misma posición, estática. En ningún momento me quedó muy claro si acaba de llegar o si estaba esperando para irse. Tal vez las dos cosas.

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