Hace ya algo más de un siglo, dos hermanos franceses tuvieron la extraña idea de que si repetían una imagen estática 24 veces por segundo, el ojo humano la percibiría como por arte de magia como una imagen en movimiento. A partir de esta idea, tan extraña como genial, nació un medio de comunicación de masas, el más influyente del siglo XX y un arte al que se le daría la séptima posición. Desde entonces hordas de personas acuden a una sala oscura a mirar una gran lona blanca sobre la que se proyectan estas imágenes en supuesto movimiento. Lo cual parece cosa de locos, una alquimia construida con celuloide y luz. La capacidad que tienen estas imágenes para hechizarnos, para hipnotizarnos como sólo lo hace un fuego de campamento tras la cena, es todavía un misterio. Y es ese misterio el que mantiene vivo el invento del cine, todavía en la época del You Tube, el Emule y el Top Manta. Porque acudir a una sala de cine es una experiencia única, como acudir a un templo, una experiencia compartida en una especie de comunión entre los asistentes en la que las imágenes van directamente a la corteza de nuestro cerebro. El lenguaje del cine tiene que ver con el subconsciente, con la locura y con el sueño (sólo hay que fijarse en las caras de los espectadores), nos traslada a lugares lejanos y nos hace conocer modos de vida alejados del nuestro. Tiene algo que conecta con el sistema reptiliano de nuestro cerebro, que rige nuestras emociones, y es que, como dijo Sam Fuller en "Pierrot el Loco" el cine es, fundamentalmente, "emoción". Y de eso no se escapa nadie.
PD: Se que tal vez sea una batalla perdida de antemano, pero desde aquí os animo a que sigáis acudiendo a las salas. Al salir lo agradeceréis.