De pequeño una de las cosas que más me fascinaban eran las atracciones de feria. Y no hablo de montañas rusas (que me daban un respeto considerable) ni de los coches de choque, tan divertidos pero tan poco intrigantes. Me refiero a ese tipo de atracción en la que normalmente ibas en una barca o cochecito, en la que recorrías un itinerario fantástico, ya fuera una casa del terror o una selva frondosa. Me hipnotizaba el entramado de engranajes que se ocultaba bajo el agua o detrás de una roca de cartón piedra. Eran paraisos artificiales, en cierto modo como efectos especiales, viajes a lo desconocido para mi fantasiosa mente infantil , una ilusión con aspecto de realidad. Películas.
Recuerdo dos que me impactaron especialmente, en el parque de atracciones de Madrid. La primera de ellas era un viaje a la prehistoria que se hacía en una balsa de troncos de "madera". Había dinosaurios mecánicos con sus correspondientes sonidos amenazantes, austrolopitecus varios haciendo fuegos y otras criaturas enclavados en un paraje rocoso, irreal. En un momento del recorrido una roca parecía caerse sobre la balsa, hasta que en el último instante se detenía. Es difícil describir la sensación que me provocaba estar allí, a medio camino entre el miedo y la fascinación. La segunda creo recordar que se llamaba "El libro de la selva" y en otra barcaza recorrías una jungla bastante creíble, emergían cocodrilos mecanizados del agua, los elefantes expedían grandes chorros de agua y los monos saltaban de rama en rama. Yo siempre miraba al agua, intrigado por saber que mecanismos se ocultarían bajo la superficie. Según me han dicho, ninguna de estas atracciones existen hoy...