Saturday, November 15, 2008

CARACTERES

Un día el cero, aburrido de su naturaleza vacía, decidió que estaba harto de no ser nada. Se convenció de que nunca más estaría a la izquierda y con gran valentía por su parte, empezó a representar cosas, unidades. El uno, al verlo actuar y preso de una cierta envidia muy característica de los números, reflexionó por unos momentos y se dio cuenta de que le hastiaba ser el uno. Siempre por delante de todos, teniendo que soportar la presión de ser el número uno, el primero. Siempre teniendo que dar la imagen de unidad (pues esa era su supuesta naturaleza) aunque el bien sabía que su alma no se reducía a eso, que escondía al menos una duplicidad (quien sabe si una triplicidad) que le llevaba a ser menos uno algunos días y más uno otros. El dos fue más allá (en sentido metafórico; no es que llegara al tres) y pensó que estaba harto de ser número, que tal vez no le disgustaría ser letra, a las que consideraba mucho más versátiles y elegantes, menos aburridas. A fin de cuentas el dos siempre había tenido pretensiones artísticas y según se lo planteaba, al ser letra tal vez podría ser una pequeña parte de una gran obra, quien sabe si una novela o un tratado de filosofía que impactara a la humanidad. Pero el dos también era vago, como buen artista en potencia, y por no hacer mucho esfuerzo, decidió convertirse en zeta, bastante parecida a su ser en lo que a morfología se refiere.

El tres se sentía muy atraído por otro tres de formas muy redondeadas, de manera que al consumar su unión formaron un ocho perfecto, comprendiendo así que la suma de tres más tres no siempre da seis. El cuatro, siempre sumiso, y alertado por este inesperado motín numérico, se acogió a su derecho de seguir siendo cuatro. A fin de cuentas no sabía ser otra cosa y el suyo siempre le había parecido un buen empleo, con cierto prestigio histórico. El cinco tuvo una crisis de identidad bastante profunda, se replanteó muchas cosas. No le gustaban las bromas fáciles (en forma de rimas burdas) que hacían a su costa, deseaba ser otro, al menos algunos días. No es que quisiera cambiar por completo, sino renovarse un poco. No quería cambiar de personalidad sino cambiar de carácter. Una tarde de invierno llegó a la siguiente conclusión: “Yo no soy el cinco; hasta ahora he sido el cinco”. Sonrió un poco y siguió: “Ahora que ya lo sé, puedo ser lo que quiera ser…”. El seis por su parte decidió volverse un poco loco, cambiar de perspectiva. Se dio la vuelta y se convirtió en nueve. El siete se cansó. Era tal vez el número más famoso de todos y en gran medida, el número de la suerte de mucha gente. Pero eso, lejos de causarle alegría, le suponía una presión añadida que no estaba dispuesto a soportar por más tiempo. Todos le idolatraban y aclamaban como al número perfecto, pero el se sentía con derecho a ser imperfecto, pues estaba bien al corriente de sus numerosas debilidades y de hecho llegaba a la conclusión en sus ratos libres de que la perfección era un concepto imperfecto, irreal. Hizo las maletas y se marchó sin destino aparente, siempre disfrazado para no ser reconocido como siete.

Al ocho, recordemos, le fue robada su identidad por los enamoradizos y caprichosos tres. Ante tal usurpación, se vio descolocado, fuera de la secuencia numérica. Durante un tiempo cayó en la depresión más absoluta y se pasaba el día tumbado, sin dar un palo al agua, sin saber qué demonios hacer con su existencia. Cierta tarde, la pareja de tres fue a hacerle una visita sorpresa, lo que el ocho agradeció como un gesto de tacto y buen gusto. Sin embargo, el ocho, muy venido a menos, se quejaba, lastimero, de su desgracia. Hasta que uno de los tres le hizo ver la luz: “¿No te das cuenta?-le dijo con el rostro iluminado (Y aquí ustedes se preguntarán como es el rostro de los números. Pues bien, los números tienen cara y es muy parecida al rostro de los colores) “¿No te das cuenta de que ya has elegido tu nueva ocupación? ¡Eres un ocho tumbado! ¡Por lo tanto, eres el signo del infinito! ¡Puedes llegar hasta donde quieras, más allá y después más todavía! ¡Tus posibilidades son ilimitadas!” El ocho recapacitó unos segundos y su pecho se llenó de esperanza, como si inspirara una interminable bocanada de aire fresco. Por un momento tuvo la tentación de levantarse, pero se dio cuenta de que no era muy apropiado para su nueva condición. Besó a ambos tres y los despidió con infinito agradecimiento, ilusionado por comenzar inmediatamente su nueva etapa como máximo representante de lo infinito. El nueve estaba harto de ser el último de la fila y se sentía agarrotado, como anquilosado en su tarea. Se desperezó y al estirarse se miró en el espejo. Se dio cuenta de que tenía un aspecto muy parecido al del uno. Al poco tiempo hablaron y se intercambiaron los roles, con gran regocijo para ambos. El uno podía representar hasta nueve unidades y el nueve se centraría en su tarea de uno. Después de esta pequeña revolución numérica y tras una relativamente breve transición, las cosas fueron mucho mejor.

1 comment:

Hastur said...

Jajajajajja, muy bueno, bro, muy bueno.