En mitad de la noche, me desperté con la cara pegada al sofá de sky. Vino a mi esa desorientación instantánea y pasajera de no saber donde estás, ni cuando. Me incorporé y observé una luz de emergencia encima de una amplia puerta que daba paso a un largo pasillo. Un olor a yodo y gasas, mezclado con un ligero hedor a orina flotaba en el ambiente. Al fondo la luz blanca y desganada que salía de una habitación terminó por confirmarme que estaba en un hospital. Di un pequeño paseo para estirar mis entumecidas articulaciones y decidí ir a ver como estaba ella. En la penumbra de la habitación sólo pude ver la silueta del acompañante del otro inquilino en la habitación, enroscado en un imposible escorzo sobre una oxidada butaca. También escuché el pitido de las máquinas conectadas a las personas, lo cual me recordaba al sónar de un submarino, sensación acrecentada por la atmósfera opresiva y oscura que reinaba en la habitación. Era como si estuviéramos en un estado intermedio entre la superficie-la vida- y las profundidades abisales-la muerte- y del que habría que emerger o sumergirse completamente en un momento determinado.
La tarde anterior estuve un rato junto a su cama. Su cuerpo estaba profanado por tubos diversos. Se incorporó; había recuperado la consciencia y parecía querer observarme un rato. Traté de establecer una conversación con ella, de animarla, pero prácticamente no conseguía articular palabras con sentido. Sin embargo me miraba fijamente con sus grandes ojos, aún más enormes tras los gruesos cristales de sus gafas. A pesar de su aspecto desolador, sus ojos se mostraban más vivos e interrogantes que nunca. Su pelo parecía aún más cano que días anteriores y su piel tenía un color amarillento, como desgastado. Las arrugas de su cara se plegaban sobre el contorno de su barbilla. Iba ataviada con la típica y avergonzante bata de hospital y en las muñecas tenía vendajes en los que se perdían los tubos, portadores de fluidos y medicinas. Me cogió la mano con la suya. Era huesuda y retorcida, una sensación parecida a la de acariciar la raiz de un sauce centenario. Pero a la vez era una mano hermosa, en la que casi se podía leer toda una vida. Acepté mi rol momentáneo de mero objeto a observar. De repente, como si hubiera tenido una iluminación, soltó mi mano y acarició mi flequillo con una delicadeza inaudita para su tembloroso pulso. Se recreo durante unos instantes.
-Tienes un pelo muy bonito- y esbozó un amago de sonrisa.
A las ocho de la mañana vino la mujer , bajita y silenciosa, que me relevaba en el turno. Cogí mis cosas y tras depositar un beso en su cara dormida, me marché. Al llegar a mi casa, me acosté a completar mis horas de sueño. Al despertarme me comunicaron que teníamos que volver al hospital de inmediato.
A las ocho de la mañana vino la mujer , bajita y silenciosa, que me relevaba en el turno. Cogí mis cosas y tras depositar un beso en su cara dormida, me marché. Al llegar a mi casa, me acosté a completar mis horas de sueño. Al despertarme me comunicaron que teníamos que volver al hospital de inmediato.
1 comment:
Enternecedor, me gusta mucho.Gracias.
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